viernes, 27 de abril de 2012

Roma y sus fuentes anónimas


Septiembre de 2010

Cuando ejercemos de turistas y visitamos alguna ciudad acumulamos, en los ratos que no dedicamos a mirar a través del objetivo de la cámara fotográfica, miles de recuerdos en imágenes y sensaciones reales. Muchos de estos recuerdos no digitales van perdiendo consistencia con el paso del tiempo descendiendo hacia las capas inferiores de la memoria. Otros recuerdos a los que quizá no damos importancia en un primer momento, permanecen sin embargo intactos y se mantienen vivos y al alcance de la mano en la superficie.

El pensamiento funciona por un mecanismo muy simple de asociación de ideas y llega un momento en que un olor, un sabor, una luz, una sensación que quizá no sabemos definir, evocan en nosotros el recuerdo de aquella ciudad o aquel viaje. Y al revés, cuando oímos hablar de un lugar conocido, nuestra mente viaja inmediatamente hacia ese recuerdo que tiene tan a mano.

En septiembre de 2010 hicimos una visita familiar a Roma. Estuvimos allí cinco días en los que no cesamos de recorrer a pie o en transporte público gran parte de la ciudad. Roma es tan hermosa que todo lo que ves te gusta y disfrutas con cada monumento, con cada iglesia, en cada barrio, en cada calle y a cada instante.

Al hacernos un tiempo espléndido y no dejar de movernos durante todo el día, una de las características de la ciudad que más agradecí y llamó mi atención fue la cantidad de fuentes existentes y la calidad del agua que daban. No me refiero a las grandes y bellísimas fuentes turísticas y cinematográficas, con foto (y moneda) obligada. Me refiero a las fuentes anónimas que se encuentran a cada paso, en cada plaza y casi en cada esquina, por las que corre constantemente el agua fresca y que además de bellas son útiles.

Cuando pienso en Roma lo primero que me viene a la memoria es el recuerdo de un paseo descendiendo suavemente la vía Garibaldi desde San Pietro in Montorio, donde habíamos visitado el Templete de Bramante, hacia el corazón del Trastévere. En una esquina descubrimos una preciosa fuente. Lavamos en ella unos racimos de uvas que llevábamos para la merienda y continuamos el paseo disfrutando de ellas ¡y qué sabrosas nos supieron!


Suele ocurrir en algunos momentos especiales que lo último que se te ocurre es utilizar la cámara fotográfica. A la vuelta del viaje lamenté no haber hecho un reportaje fotográfico de las muchas fuentes con las que tropezamos y sobre todo de ésta que me trae tan buen recuerdo.


Para reparar ese descuido recurrí, confieso que sin muchas esperanzas, a internet y sus wiki enciclopedias en busca de alguna pista acerca de "mi fuente" y ¡oh sorpresa! encontré una página web cuyo contenido es un bellísimo y completo catálogo de todas las fuentes romanas. La página es http://www.ilsuonodellefontanediroma.com/ y en concreto ésta es la información de la fuente en cuestión:

Garibaldi. SPQR.
Fontana di Porta S. Pancrazio
(Via Garibaldi, Rione XIII Trastevere)



Informazioni e curiosità:
Addossata al muraglione della strada, all'angolo con via di Porta S. Pancrazio e la salita del Bosco Parraiso, si trova una malridotta fontanina sormontata da una epigrafe con stemma Barberini che ricorda i lavori di consolidamento eseguiti nel 1629 in S. Pietro in Montorio durante il pontificato di Urbano VIII.
E' probabile che la fontana risalga alla stessa epoca indicata dalla lapide ed è anche possibile che l'attuale collocazione non sia quella originaria in quanto la parete su cui poggia presenta tracce di una precedente porta. Comunque stiano le cose essa appartiene certamente alla metà del XVII secolo, ed è formata da una protome leonina murata entro una nicchia con cornice in mattoni avente ai lati due cannelle a forma di piccole stelle che versano l'acqua in una semplice vasca di marmo con incisa la data del 1936, anno del restauro eseguito dal comune (SPQR - MCMXXXVI E.F. - XV).
Il pavimento attorno alla vasca è realizzato con antichi frammenti marmorei.




Conclusión: estaba equivocado, en Roma no hay fuentes anónimas.



jueves, 19 de abril de 2012

Hablando de correr





Abril 2012

El próximo domingo participaré en una carrera de maratón, el maratón popular de Madrid. Aunque no es el primero que corro, ya que con éste serán trece, siento sin embargo los mismos nervios que la víspera del primero. O quizá aún más, ya que entonces desconocía lo que significaba enfrentarse a esa distancia.

Supongo que por eso me ha venido a la cabeza el libro de Haruki Murakami, “De qué hablo cuando hablo de correr” (Tusquets Editores, 2010), en el que el escritor japonés reflexiona de forma amena sobre lo que para él representa la práctica de este ejercicio físico, el esfuerzo y sacrificio que le requiere, las satisfacciones que obtiene a cambio y los beneficios personales y profesionales que le reporta. Todo ello sin recurrir a los tópicos habituales cuando se trata un tema deportivo.


Independientemente de la situación laboral y personal de cada uno, es obvio que la vida es un recorrido de larga distancia que acaba consumiendo todos nuestros recursos físicos y mentales, y desde ese punto de vista, la carrera de maratón es una metáfora perfecta de la vida.

En distancias menores nunca he tenido la sensación de llegar a la meta al límite de mis fuerzas, e incluso excediéndome en el esfuerzo la recuperación posterior siempre ha sido relativamente rápida. En el caso de un maratón, para un corredor popular con escaso tiempo para entrenar, la distancia a recorrer está fuera de toda proporción. Resulta imposible entrenar esa distancia y hacer una planificación en la que confiar a la hora de afrontar el reto. Puedes marcarte, como en carreras de distancias más cortas, unos objetivos de paso por algunos tramos intermedios, pero cualquier pequeña variación imprevista en las condiciones externas de la carrera o en las sensaciones internas, físicas o incluso mentales, alterará de manera radical el desarrollo del recorrido y el resultado final.


Nunca como en una carrera de este tipo se siente el paso del tiempo y el desgaste progresivo del organismo. Las ganas e ilusiones de los primeros kilómetros dejan paso, con la lenta pero inexorable acumulación del cansancio y la sucesiva aparición de molestias, a las dudas, al desaliento y al deseo de que aquello finalice de una vez, como sea. Se hace muy largo y muy duro, con demasiados obstáculos en el camino y acaba por no verse el sentido que tiene todo aquello. Vamos, como la vida a veces.

Por si fuera poco, tras la llegada, la recuperación no se produce como en carreras más cortas y hasta el trayecto de regreso a casa se convierte en una especie de calvario.

Todo esto lo sé muy bien, ya he dicho que tengo cierta experiencia. A pesar de saberlo, el domingo me presentaré en la línea de salida con la esperanza de tener un buen día y la ilusión de disfrutar de un ambiente especial y de las calles de la ciudad sin tráfico por una vez, junto a otros miles de corredores populares a los que entiendo y que sé que me entienden. Corro al año siete u ocho carreras más, pero lo cierto es que este maratón es en todo momento mi objetivo, y el llegar a esta cita en las mejores condiciones posibles es mi principal motivación para entrenar durante todo el año.

Volviendo al libro de Murakami, creo que es muy recomendable para todos los aficionados a la lectura y a la práctica deportiva y para los que aún no conozcan su obra sería una buena forma de acercarse a ella.


También creo recomendable su lectura para los que no gusten de la práctica deportiva ya que, como ya se ha visto, la vida que recorremos es a su vez la metáfora perfecta de una carrera de maratón.





martes, 3 de abril de 2012

En busca de la conciencia de clase perdida


Primavera 2012

Con la excusa de la crisis financiera que ella misma ha generado, la clase capitalista pretende, culpándolos de todos los males, recortar los derechos logrados desde la Revolución Industrial por la clase trabajadora, con el beneplácito aparente de gran parte de esta misma clase trabajadora que apoya con su voto estas medidas poniendo de este modo de manifiesto su pérdida de identidad.

Hojeando libros que trataban desde diversos enfoques la revolución industrial y sus efectos, di con uno que me apetece comentar.

Françoise Choay (París, 29 de marzo de 1925) es licenciada en Filosofía, escritora y crítica de arte. Ha sido directora del Instituto de Urbanismo de París VIII. Entre otras publicaciones, es autora de El urbanismo, utopías y realidades (1963), que consiste fundamentalmente en una antología de textos sobre Urbanismo de los principales autores y pensadores de esta disciplina a partir de la revolución industrial. Un resumen de su contenido podría ser el siguiente:

La revolución industrial fue seguida casi inmediatamente por un crecimiento demográfico sin precedentes en las ciudades. La transformación de los medios de producción y de transporte desde comienzos del siglo XIX modificó la estructura de las ciudades creándose un nuevo orden con la solución más inmediatamente favorable a los dirigentes de las industrias y a los financieros. El resultado para los nuevos trabajadores de la industria fue unas viviendas obreras insalubres, separadas por enormes distancias de los lugares de trabajo y ausencia de jardines y espacios públicos en los barrios populares.


La insatisfacción con el resultado del rápido desarrollo de las ciudades provocó la aparición de grupos de pensadores pre-urbanistas que formularon soluciones en dos direcciones del tiempo: el pasado y el futuro, adoptando dos aspectos: el nostálgico y el progresista.

El modelo nostálgico o culturalista tuvo por representantes a John Ruskin y William Morris para los que la solución al desorden de las ciudades victorianas consistía en una vuelta a la variedad e ideales góticos. La fase urbana de esta tendencia, a finales de siglo, estuvo representada por Ebenezer Howard y su ciudad-jardín.

El modelo progresista  o utópico estuvo representado por Robert Owen y Charles Fourier entre otros. La ciudad progresista rechaza todo el legado artístico del pasado, para someterse exclusivamente a las leyes de una geometría natural, dividiendo el espacio urbano de acuerdo con un análisis de las funciones humanas. Su fase urbana se desarrolla ya en el siglo XX y sus principales representantes serían Tony Garnier, Walter Gropius o Le Corbusier.

A estos dos modelos críticos hay que añadir la crítica sin modelo de Friedrich Engels y Karl Marx, también de carácter progresista, desarrollada en sus obras  “La situación de la clase trabajadora en Inglaterra” (1945) y “La crisis de la vivienda” (1872) de Engels y “El capital” (1867 el primer volumen) de Marx,  que se caracteriza por no recurrir al mito del desorden ni proponer un modelo de ciudad futura. Para ellos, la ciudad tiene el privilegio de ser el lugar de la historia. En ella la burguesía se desarrolló y representó su papel revolucionario. En ella había nacido el proletariado industrial, al que incumbiría la tarea de llevar a cabo la revolución socialista y de realizar el hombre universal. Critican las soluciones paternalistas y reaccionarias de la burguesía liberal al problema, inclinándose por soluciones provisionales a un aspecto parcial de un problema global del que no podía disociarse y que únicamente la acción revolucionaria permitiría resolver.

La conclusión que se puede extraer es que, con excepción de Engels y Marx, los mismos que relacionaban con lucidez  los defectos de la ciudad industrial con el conjunto de las condiciones económicas y políticas del momento, no se mantenían en la lógica de su análisis y se negaban a considerar esos defectos como el reverso de un nuevo orden promovido por el desarrollo de la economía capitalista.


Volviendo a la situación actual, quizá sea una impresión equivocada, pero ¿no nos proponen quienes se postulan para representarnos, elegir entre una solución nostálgica o conservadora y otra, aparentemente progresista o utópica, que en el fondo se diferencian muy poco y solo pretenden maquillar la situación actual de forma que el sistema se perpetúe en el tiempo?
Por otra parte, aunque la cuestión de la vivienda es un aspecto parcial del problema, ¿no se ha pasado de unas condiciones de vivienda infrahumanas a una aparente opulencia que nos ha convertido en rehenes de hipotecas “infrahumanas” imposibles de pagar?

Los modelos que nos proponen negando el fin de ciclo no permiten vislumbrar solución a corto o medio plazo, pero aún así se insiste en ellos. Aunque parezcan términos anticuados y obsoletos, ¿no sigue vigente la lucha de clases?, ¿no es hora de recuperar la conciencia de clase perdida?