miércoles, 27 de marzo de 2013

Semana Santa



¿Cuánta vanidad es preciso reunir (sin que, por otra parte, sea muy eficiente) para fingir que uno es un objeto personal de un plan divino?

¿Cuánto respeto a uno mismo hay que sacrificar para poder avergonzarse continuamente por la conciencia de los propios pecados?

¿Cuántas suposiciones innecesarias es preciso postular y cuánta capacidad de tergiversación hace falta para tomar cada una de las nuevas ideas de la ciencia y manipularla hasta que «encaje» con las palabras reveladas por deidades de la Antigüedad inventadas por el ser humano?

¿Cuántos santos, milagros, concilios y cónclaves son necesarios para, primero, establecer un dogma y, a continuación, tras un dolor, pérdida, sinsentido y crueldad infinitos, verse obligado a rescindir uno de esos dogmas?

Dios no creó al ser humano a su imagen y semejanza. Evidentemente, fue al revés, lo cual constituye la sencilla explicación para toda esta profusión de dioses y religiones y para la lucha fratricida, tanto entre cultos distintos como en el seno de cada uno de ellos, que se desarrolla continuamente a nuestro alrededor y que tanto ha retrasado el progreso de la civilización.

"Dios no es bueno: Alegato contra la religión"
Christopher Hitchens
Editorial Debate, 2008






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