¿Cuánta
vanidad es preciso reunir (sin que, por otra parte, sea muy eficiente) para
fingir que uno es un objeto personal de un plan divino?
¿Cuánto
respeto a uno mismo hay que sacrificar para poder avergonzarse continuamente
por la conciencia de los propios pecados?
¿Cuántas
suposiciones innecesarias es preciso postular y cuánta capacidad de
tergiversación hace falta para tomar cada una de las nuevas ideas de la ciencia
y manipularla hasta que «encaje» con las palabras reveladas por deidades de la
Antigüedad inventadas por el ser humano?
¿Cuántos
santos, milagros, concilios y cónclaves son necesarios para, primero,
establecer un dogma y, a continuación, tras un dolor, pérdida, sinsentido y
crueldad infinitos, verse obligado a rescindir uno de esos dogmas?
Dios no
creó al ser humano a su imagen y semejanza. Evidentemente, fue al revés, lo
cual constituye la sencilla explicación para toda esta profusión de dioses y
religiones y para la lucha fratricida, tanto entre cultos distintos como en el
seno de cada uno de ellos, que se desarrolla continuamente a nuestro alrededor
y que tanto ha retrasado el progreso de la civilización.
"Dios no
es bueno: Alegato contra la religión"
Christopher
Hitchens
Editorial
Debate, 2008
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